Una reseña de Carlos Reymán Güera para Librería Tusitala
Adentrarse en territorios desconocidos, geografías inexploradas, mundos secretos, esas delicias del aventurarse en los continentes blancos de lo ignorado con la intacta brújula infantil de habernos perdido tantas veces, sólo para descubrir que el viaje éramos nosotros, que quien nos esperaba al final era nuestro propio yo, que toda esa indagación era una forma de autobiografía. Ese es, aproximadamente, el mapa que despliegan François Schuiten y Benoît Peeters en este quinto volumen de Las ciudades oscuras, La chica inclinada, editado por Norma Editorial. El mapa es una sucesión de grabados decimonónicos y daguerrotipos que cuenta tres historias en paralelo marcadas por un misterio que sólo se resolverá en la confluencia de las tres, en el necesario encuentro de los tres personajes centrales: Mary, la chica inclinada; Wappendorf, el científico obsesionado; Desombres, el pintor incomprendido.
Es mi obligación mantener esa intriga en pie, no desvelar los detalles, dejarlo en los puntos suspensivos de las lecturas posibles porque, ya digo, la materia última de la que se nutre el cómic somos nosotros, el reflejo de nuestras propias desazones, las sombras inciertas de una adolescencia aún presente: ¿Quién de nosotros no se ha sentido diferente en este mundo extraño, tan dado a la incomprensión, ajeno a los demás, sin saber el lugar al que pertenecemos? ¿Cuándo queda respondida la pregunta de quiénes somos? Schuiten y Peeters levantan un universo de raras arquitecturas, edificios de estilos híbridos que nos revelan que el tiempo se quedó detenido en un momento indeterminado del inicio de la Revolución Industrial, sólo para darnos respuestas a esas preguntas; un universo, ése, que cumple de forma canónica todos los preceptos del Steampunk, género del que, al fin, podemos saberlo todo, justo ahora que empezamos a nombrarlo.
Hay libros que cumplen, felices, con los mejores tópicos de la buena lectura, no siempre sucede, pero cuando es así uno sólo puede alegrarse de haber tenido la suerte de estar ahí, inclinado sobre La chica inclinada, chico inclinado uno ya para siempre, atrapado en las esferas fantásticas de las fantasías científicas y existenciales de estos dos autores, a los que no vamos a poder dejar de acompañar; tan es así, que acabamos de cruzar La frontera invisible únicamente para perdernos una vez más, sin importarnos si podremos volver o no.