Recomendaciones veraniegas

Hace un año preparábamos la inauguración de Tusitala con la lectura de Océano mar, novela corta de Alessandro Baricco cuyo oleaje aún acompaña esta aventura libresca. Pero como no es cuestión de repetirse, para este verano que ahora comienza os ofrecemos las siguientes recomendacones literarias, variadas, intensas y refrescantes, para que no perdáis la brújula de los buenos libros:

Mañana todavía: doce distopías para el siglo XXI (Fantascy, 2014) es quizá la más atrevida de nuestras propuestas. El escritor y periodista Ricard Ruiz Garzón reúne en esta antología doce textos de autores punteros de la narrativa española como Emilio Bueso, Rosa Montero, Javier Negrete, Félix J. Palma o Laura Gallego, entre otros. El denominador común es esa rama de la ciencia-ficción conocida como distopía, que, por oposición a la utopía, nos sugiere un futuro más o menos cercano en el cual todo lo que podía ir mal ha ido a peor. En la mejor línea de Orwell, Huxley o Bradbury, a veces desde el humor, a veces desde una profunda conciencia política y medioambiental, estas doce narraciones configuran una gran antología que nos conduce a un mañana probable, demasiado probable.

Más allá del espejo (Tusquets, 2011) bien puede ser el ingrediente noir de todo buen verano: dentro de la serie protagonizada por el detective Charlie Parker, John Connolly ofrece aquí una breve dosis de su efectiva combinación de novela policiaca y terror. Una casa donde se han cometido terribles crímenes, abandonada y repleta de espejos, será el escenario donde Parker se enfrente a fantasmas propios y ajenos. Leer a Connolly es como tomarse un café muy negro: la amargura del sabor produce rechazo, pero también adicción. Y para quienes quieran probar la receta más fresca del autor irlandés, acaba de publicarse La ira de los ángeles (Tusquets, 2014), última entrega de la saga.

Stefan Zweig es un clásico de la narrativa más sólida y evocadora, adecuado para cualquier época del año. Pero vamos a aprovechar el estreno de la película El Gran Hotel Budapest, homenaje a su vida y obra, para recomendar Mendel el de los libros (Acantilado, 2013), un maravilloso canto al amor, siempre trágico, por la literatura. Y también la novela gráfica que recrea su exilio en Brasil, Los últimos días de Stefan Zweig (Norma, 2014), siguiendo la reseña que nuestra amiga Anabel Rodríguez publica en su blog La Puerta Deshecha.

No todas las lecturas veraniegas tienen por qué ser breves ni ligeras. Habrá momentos para la introspección a ritmo de jazz sosegado, la reflexión de largo aliento, el necesario esfuerzo por conocerse a uno mismo. Todo eso y mucho más es El invierno en Lisboa (Booket, 2010), la novela que consagró a Antonio Muñoz Molina. Ya sea en primera lectura o como excusa para revisitar una de las mejores obras de la literatura española reciente, leer sobre el invierno desde nuestro verano sea tal vez la mejor receta. Felices vacaciones, amigos de Tusitala.

Todo lo que era sólido

Una reseña de Carlos Reymán Güera para Librería Tusitala

Daba la impresión de que estuviéramos ausentes de la realidad, de que las cosas sucediesen en un plano en el que se nos hacían ininteligibles, andábamos de espaldas (¿todos?). Cuando pudimos ver, no quisimos ver; si alguna vez quisimos, no vimos nada. Y, de pronto, llegó la crisis. Nadie nos avisó: los pocos que lo hicieron fueron tildados inmediatamente de agoreros. La fiesta se había acabado, pero… ¿quiénes estuvieron en esa fiesta?, ¿había habido una fiesta? Parece que sí, y alguien estuvo allí en nuestro nombre.

Teníamos una idea aproximada de dónde veníamos, quiénes habíamos sido, pero hasta el olvido se olvida y, en el mejor de los mundos posibles, es fácil creerse que ya no hay más mundos, que ya no habrá vuelta atrás, que lo habíamos conseguido todo. Los años de primeras alegrías de la libertad compartida, la democracia como un logro reciente que había que cuidar entre todos y los derechos tomando asiento en una sociedad que nunca los había tenido dieron paso a las conductas que hoy nos alarman, que hoy nos parecen intolerables: las de los políticos, las instituciones, la prensa, los poderes, y no digamos la economía (esa abstracción impía que nos acontece, esa presencia intangible como un dios caprichoso, lleno de antojos, de impulsos irracionales). ¿Y dónde estábamos nosotros?

Estaba sucediendo todo delante de nuestras narices y no nos dimos cuenta. Pasamos del sueño al insomnio, acabábamos de iniciar nuestro largo camino hacia las renuncias. Terminó la fiesta y, cuando recogieron todo, descubrieron entre las sillas revueltas un cadáver tendido en el suelo. Ese cadáver era el nuestro. Había un caso abierto, un crimen que esclarecer, estaba claro que iban a intentar ocultarlo, deshacerse de las pruebas, qué más daba, a quién le iba a importar.

Y entonces apareció Antonio Muñoz Molina, todavía no se sabía que iba a ser su año, ese en el que recibiría un premio tras otro. Era aún el mes de febrero, la crisis alcanzaba su apogeo, lo impregnaba todo, había venido para quedarse, era un cambio definitivo… cuando lanzó sobre nuestra mesa su informe en cuerpo de libro: Todo lo que era sólido.

Había hecho falta la improvisación de una agencia de detectives, la construcción de un espejo de evidencias que nos devolviese el reflejo de nuestra propia realidad, nuestra propia imagen. Eran las diligencias de lo reciente, la causa criminal que aún no está cerrada, la investigación concluyente que contiene una denuncia, la que nos concierne a nosotros, la que nos llama imperiosamente a levantarnos, la que apela a nuestra condición de ciudadanos activos, la que nos reclama una vuelta necesaria a la ética, sin que necesariamente tenga que estar adscrita a ninguna ideología de uso ordinario. Llegados a este punto, sobra decir que esta lectura es de las que se suelen computar en la categoría de necesarias.