Una reseña de Anabel Rodríguez para Librería Tusitala
La envidia me ha llevado por derroteros extraños, me absorbió hasta dejarme frente a una isla de desesperación en “Monólogo”, uno de los tres relatos que componen “La mujer rota” de Simone de Beauvoir. Y es que, rotas, en cierto sentido, están las protagonistas de estos tres relatos, pero Murielle acarrea una personalidad de difícil digestión. Ninguno querríamos ser ella, aunque es posible que en algún momento u otro veamos alguna de sus patas negras de araña tras nuestros pensamientos más mezquinos.
Murielle no encuentra la paz, no la encuentra ni en el ruido, ni en el silencio. No lo hace porque es imposible, porque ella es el conflicto, porque es hija de Caín. Con seguridad su favorita, la que se encuentra sumida en un mar de celos, envidias, odios, resentimientos… la que llevó a su hija adolescente a la muerte, por mucho que lo niegue, por mucho que pelee constantemente con esta idea y trate culpar al resto del mundo. Es fin de año en París y los recuerdos se arremolinan a su alrededor, en una espiral de reproches desordenados dirigidos contra todos: su madre, su hermano, sus exmaridos, sus hijos vivos o no… todos son objeto del dardo de su amargura. No es casual que Simone de Beauvoir haya escogido un monólogo desordenado a la hora de desarrollar esta narración, que los párrafos estén mal puntuados, que sólo sea la voz de la protagonista la que podamos escuchar vagando de unos puntos a otros, trenzando una vida que aborrece. Es una elección precisa que busca acercarnos a su mente, a la confusión de sus pensamientos, a lo oscuro y enrevesado de su esencia.
Murielle se reivindica como persona decente, limpia, correcta. Todos los demás somos escoria, barro. Reivindica la dignidad y necesidad de los celos, para sostener el amor: “Los celos no son innobles el verdadero amor tiene picos y garra”. Es un agujero negro, una fuerza de la naturaleza que absorbe y destruye lo que encuentra en su camino. En esa noche de insomnio, caótica como el fin del mundo, Murielle busca a Tristán, lo llama. Se sabe dependiente de él y no puede esperar al día siguiente para culminar el plan que se había trazado, el que la devolvería a su vida anterior.
Es un texto subyugante, certero, dañino. El resto de relatos que componen “La Mujer Rota”, el que comparte título con el libro y “La edad de la discreción”, merecen la pena. La calidad de Beauvoir se evidencia en los prismas, lenguaje y registros que emplea, aunque “Monólogo” es sin duda el más intenso. Regresemos una última vez a Murielle, para pedir a su padre Caín que la bendiga, porque ella maneja la quijada de celos y resentimiento con enloquecida intensidad, con tanto tesón que el resto de su estirpe tenemos dificultades para hacerle sombra.