Reseña de Carlos Reymán para Librería Tusitala
Para algunos la literatura tiene que llevar, forzosamente, a algún sitio, ¿pero adónde? Pues lejos. Sí, pero cómo de lejos. Por eso, en cuanto te devuelven tu libro leído te lo sueltan sin miramientos, con eso no vas a ninguna parte. De acuerdo, pero adónde dices que había que ir… y ya nos quedamos atrapados en el bucle malévolo de la aporía.
A Andrés, este tipo de cosas son las que le encogen de hombros; es, a su manera, un barojiano que ha sacrificado su juventud a la egolatría de hacernos de la vida un cuento, un relato, una rara arqueología de fragmentos azarosos, se entiende que no busca nada, le pasa lo que al otro: encuentra. Debe de ser su natural propensión atlántica a la paradoja la que le predispone al hallazgo continuado de mundos quietos alrededor de la mesa camilla de su casa. Puede pasarle que uno de esos mundos sobreexcitado se salga de la órbita doméstica en la tarde de lecturas y le golpee inopinadamente liberando al inexcusable gato de Schrödinger. Superado un primer instante de aturdimiento se levantará a prepararse un té y ya tenemos cuento.