El verano del cohete

Una reseña de Carlos Reymán para Librería Tusitala

Los sueños suelen tener mala salida laboral. Una de las posibilidades es el emprendimiento. Con el emprendimiento se prende una llama que puede ser de autoinmolación o la cremá empresarial. De la posibilidad del cumplimiento del sueño nacen ahora la mayor parte de las empresas con un futuro a fondo perdido. A tiempos difíciles corresponde aventurarse en soluciones arriesgadas. No tener más salida que intentar cumplir tus sueños puede llevarte a crear una empresa única. Es verdad que el mundo está lo suficientemente mal hecho como para venir a empeorarlo de pronto, pero esto… ¿quién lo dice? Si de todas las empresas que soñaste en tu sueño te decidiste por crear una editorial, entonces hay algo más que serias posibilidades de fracaso.

Asistimos admirados al coro de los apocalípticos, se vaticinó la muerte de la Cultura, avalada por las más perentorias de las decisiones políticas. Es lo que llaman un cambio de
civilización tal y como lo hemos entendido hasta ayer por la tarde: morirán los libros en papel, no habrá mas que libros electrónicos de costes muy abaratados para lectores en retirada. Pero con estas cosas pasa como con tantas otras: que viene alguien a negar la mayor. Se nos acusa de que no hay lectores. Falso; hay que salir a buscarlos.

Todo el mundo sabe que, para encontrar lectores, lo primero que hay que hacer es una nave espacial. Las naves espaciales suelen ser muy socorridas en literatura porque pueden llevarte de un verano cualquiera hasta el más recóndito de los lectores posibles. El idealismo de algunos astronautas recalcitrantes hace que se empeñen en construir, preferiblemente, un cohete a una nave, y así es como nace la editorial El Verano del Cohete.

¿Y qué es lo que se cuece dentro de ese cohete especial? Básicamente, buenos libros. Es una conclusión a la que parece muy sencillo llegar y, sin embargo, no son pocas las editoriales que pierden de vista esta perogrullada por mantenerse firmes en el principio de creer que el lector no existe («A mí, que me presenten al público», suelen decir, «yo no lo he visto en mi vida; lo que necesitamos son clientes y vender»). Cuando Borja González, Mayte Alvarado y Rui Díaz tuvieron la feliz idea de crear su propia editorial, estaban pensando en editar libros para un lector que se pareciese mucho a ellos mismos. Es una forma muy segura de acertar. No es una fórmula infalible, pero son los pasos necesarios que se deben dar por adelantado para ganar algo de terreno: amar la literatura por encima de todo, amar las buenas ilustraciones por encima de todo, amar las buenas historias por encima de todo, cuidar mucho de todo eso por encima de todo. Los libros que salen son los libros que a ellos les gustaría leer si alguien los publicase. Ahora sólo queda que se monten en el cohete y que salgan a nuestro encuentro.

Este primer año de la editorial ha sido el de la búsqueda de espacios propios desde la autoedición. Ha quedado evidenciada la marca de agua de la casa a medida que salían a la venta, uno detrás de otro, los tres libros publicados hasta la fecha. Comenzaba Rui Díaz con Los Turistas, una novela corta intensa, construida como un laberinto de historias cercanas al terror, por el sesgo gótico y por una manera muy particular de entender cierto lirismo, siempre en extremos muy inquietantes. Es muy dificil ilustrar una novela en estas condiciones, cuando ha quedado tan redonda. Las ilustraciones de Ana Sender no vienen a ser un mero acompañamiento que pone una nota decorativa a un buen libro que pudiese prescindir de ello. Es justo lo que no sucede. La mano de Sender se hace necesaria porque sus ilustraciones son también la historia.

Por su parte, Borja González se atreve con la revisión de un mito del Romanticismo alemán: El rey de los elfos, poema de Goethe traducido ex profeso por David Carril y acompañado de un suculento prólogo de Erica Couto que nos trae toda la información necesaria para ponernos en antecedentes. La solvencia de Borja González como ilustrador está suficientemente demostrada y, para quienes le seguimos con interés siempre creciente, podemos decir sin rubor que día a día está alcanzando verdaderos niveles de maestro. Un ejemplo cierto es este libro, El rey de los elfos, y no sólo por la ejecución de las ilustraciones, sino también, por la manera de interpretar el poema, de entender el lugar donde poner los acentos, confiriéndole a una historia muchas veces repetida una perspectiva narrativa novedosa, sorpresiva y, hasta cierto punto, inesperada, dotando de un trasfondo dramático a aquellas sombras que hasta hoy eran manifestación de las pulsiones más primarias y que se nos revelan, de este modo, cercanas, próximas.

Cierra este primer ciclo de autoedición Miss Marjorie, de Mayte Alvarado, una
delicadísima novela negra, una romántica novela policiaca, una fantasía mágica de tintes cinematográficos, un cuento fantástico terrible, una historia de amor (como suele decirse siempre que se tiene la menor oportunidad) con mayúsculas. Si habéis decidido volver a ser niños, leed este libro; si ya lo erais y habíais decidido dejar de crecer, leed este libro. Es una maravillosa culminación a una primera trayectoria impecable cuyo hilo conductor ha sido el cuidado: el cuidado de los libros, luego el cuidado de los lectores. Es el secreto que se esconde en algunas fórmulas: que no tienen secreto. Cuando a los lectores se nos trata con respeto y cariño a partes iguales, lo más natural es que permanezcamos atentos a la derrota que pueda describir ese cohete sobre el cielo de los sueños hechos realidad.

Próximamente saldrá el cuarto libro de la editorial, primero de este segundo año en la órbita de El Verano del Cohete. La estación a la que se aproximan tiene que ver con el cumplimiento de las mejores tradiciones. No parece que sea casualidad que uno de los introductores en España de Poe, de los hermanos Grimm o de Hoffmann fuese nuestro paisano Vicente Barrantes. En esta nueva etapa de la aventura Mayte, Borja y Rui asumen exclusivamente el papel de editores, es decir, han pilotado el cohete en la búsqueda de nuevas historias, nuevos cuentos, probables bellos libros que deberán ser editados por ellos, para sí mismos, como si dijésemos para nosotros. Por lo tanto, se deduce de todo ello que aquí, en las muchas subestaciones lectoras repartidas por el planeta, permanecemos a la espera.