Luis Costillo

Hace unos días se nos murió Luis Costillo, a quien nunca le importó ser el mejor artista vivo desde hace no sé cuántos años ni referido a no sé qué concretas geografías. Esas son las cosas por las que se guían los demás. Para Luis el arte valió como prolongación natural de la vida y se sirvió de uno y de otra para pensar y hacernos pensar. Toda la obra de Luis ha sido un pensar y una invitación a pensar: pensar lo pensado, si se me permite.

Pocas veces se da en una misma persona tanta excepcionalidad, la excepcionalidad del artista, desde luego, pero, sobre todo, la excepcionalidad humana. Enormemente generoso, su inteligencia atenta, curiosa, insaciable no desaprovechaba nunca la oportunidad de indagar. Luis era lo infrecuente.

Lo esperábamos a la vuelta de los hospitales, como otras veces, con un nuevo libro que le editaría Julián Mesa, con dibujos de laberintos y puertas, arquitecturas en las que uno se adentra por el ojo de un pez, por la llaga de la mano de un maniquí caído en la calle.

Ha venido la muerte a dejarnos a solas con su obra, ya todas las conversaciones pendientes serán mirándonos en ese espejo. No somos pocos los que nos hemos quedado huérfanos de Luis. Para ellos escribo desde esta página de Tusitala donde, un día, comenzamos una endiablada partida de la Oca’ 84 que todavía queda sin terminar.

Carlos Reymán Güera