1.- La hoguera. María José Calero González (relato ganador)
Era un placer quemar todos esos libros de rojos y ateos. Las llamaradas crecían en altura a medida que la hoguera era alimentada con palabras que me quemaban en la boca con sólo pensarlas. Veía con emoción cómo se desintegraban, cómo ese papel se volatilizaba en pocos segundos y desaparecía.
Pero lo mejor era ver la cara de aquel poetucho maricón mientras sus obras se hundían irremediablemente en el fuego. Las lágrimas se secaban rápido en sus mejillas por el calor. Le obligué a tirar algunos de sus libros más queridos. Eso sí era placer.
Los últimos papeles se consumían en los rescoldos de la hoguera cuando me marché a casa. Al llegar mi mujer me saludó con un beso en la mejilla y su habitual “¿Qué tal el día? La cena ya está lista”. No había visto a mi hija en todo el día, así que fui a su habitación. La encontré leyendo un libro con mucho interés sentada en su cama mirando hacia la puerta. Levantó los ojos por encima del libro y se asustó al verme. Cerró el libro rápidamente e intentó esconderlo, pero se lo arranqué de las manos. “Bodas de Sangre. Federico García Lorca”.
La miré con los ojos encendidos, le di una bofetada y recogí todos los libros de casa. Volví a la hoguera y los quemé todos, sin embargo ya no me producía el mismo placer de antes y comencé a pensar que no iba a bastar con quemarlos.
2.- Lurigancho. Franklin Suárez Gómez
Hace muchos años que no hago el amor por estar metido aquí, en este hueco maloliente donde corren la pendejada, el cuchillo y el trago. No es un sitio tan desagradable. Solo no te duermas: camarón que lo hace se lo culean seguro. Mi viejo no paraba de fregarme con su Junior, la gente con tal de vivir no conoce ascos, y fíjate que el huevón tenía razón: con el tiempo hasta la mugre sabe a cebiche. Acabas de llegar y se te nota a leguas que te cagas del susto. Aunque parezca mentira, también yo viví lo tuyo. ¿Que cómo caí aquí? Por honor. Entonces trabajaba en Caquetá pelando pollos, era más joven que tú y ganaba una bicoca. Siempre tenía hambre. Una noche, mientras cruzaba el puente, yendo para mi casa, unas tenazas se cerraron repentinamente sobre mi cuello, tumbándome. Alrededor varias sombras se movían rápido, sentía sus manos en mis bolsillos y cómo me arranchaban las zapatillas. Afortunadamente reaccioné al toque. Le estampé una patada a uno, del otro me zafé aplastándole los huevos y el último se humilló: tranquilo, cholito, me dijo, no te hagas mala sangre. Así conocí a Pajarito, un tipo legal, recontravivo y graciosón que me enseñó el oficio. Pronto me sobraba la plata y allí nomás me enamoré de Meche, nos encamamos y como su tío dijo que yo era una lacra infeliz, me lo despaché. Luego me apresaron. En fin, hace siglos que no culeo como buen cristiano pero tú servirás.
3.- La decisión. Begoña Guerrero Carrión
Hace muchos años que no hago el amor con alguien distinto a él, Teresa. No voy a saber, ya verás. Me quedaré tiesa como una estaca y empezaré a temblar como una tonta. ¿Y si me pasa lo que con Ramón, al que conocí en la consulta de Rodrigo? Mira que me lo dijiste, que fuera con cuidado, que si visitaba desde hacía quince años a un psiquiatra era por algo, y anda que te equivocaste. El pobre Ramón allí, desnudo, jadeando y con los ojos que se le salían de las cuencas y yo sin poder parar de reír a carcajada limpia. Y aquella vena que se le hinchaba más y más y aquellos ojos que miraban a través de mí, aquella mandíbula apretada y yo sin poder parar, Teresa. Al final es que me tuve merecido el mes y medio que pasé en coma. Yo creo que le voy a decir que estoy enferma. Es que imagínate que me pasa lo que con Alberto, que se me descompuso el cuerpo y no llegué ni al baño del restaurante. Me quedé allí pinchada, en medio de veinte desconocidos y sin poder hacer nada por detener lo que salía de mí, Teresa. Solo veía ojos que alternaban su cara con la mía y risas, solo se escuchaban risas. Yo creo que no voy, es que está claro que nunca volveré a hacer el amor, Teresa. Mejor lo acepto, me trago estas malditas pastillas y vuelvo con él para siempre.
4.- Sin título. Anabel Rodríguez Sánchez
Marley estaba muerto; eso para empezar. El charco de sangre alrededor de su cabeza lo confirmaba. Arrodillada al lado de su cuerpo inerte intentó fingir llanto pero no pudo. Pensó en algo triste, doloroso, como cuando la humillaba diciendo que sus comidas eran las peores del mundo; la abofeteaba por cualquier nimiedad; o como cuando se corría dentro de ella, tras imponerle una sesión de sexo. Imposible, ni una lágrima.
Tenía que llorar, tenía que hacerlo para los vecinos, la policía, los enfermeros, los curiosos… A todos les extrañaría encontrar una viuda impasible, o tal vez no. Tal vez podía escudarse en el shock, eso sería perfecto. Los demás se dirían que el shock por haberlo encontrado muerto en el cuarto de baño le impedía mostrar sus sentimientos, no el odio. ¿Realmente lo odiaba? Miro su rostro fofo sin vida y se dio cuenta de que lo estaba castigando de la única forma que él no esperaría: con indiferencia. Le daba igual lo que había sucedido y eso era todo.
Se levantó, cogió el móvil y llamó a la inútil ambulancia, a la policía. Para sus adentros dio gracias al asesino y se sentó en la taza del váter, con la indiferencia disfrazada de shock, a esperar la llegada de los funcionarios, vecinos y curiosos.
Marley estaba muerto y esa era la mejor forma de empezar.
5.- H dos O. Graciela Lozano Cordero
Marley estaba muerto; eso para empezar. El día no comenzaba demasiado bien. A ver como acababa. Fue temprano, muy temprano. Creo que en el fondo lo intuía. Ayer estuvo muy raro durante todo el día. Cuando hoy lo vi boca arriba, sin moverse….lo supe. Se había terminado. Todavía no se han dado cuenta. Sigue aquí. Es muy duro. No concibo mi vida sin él. No recuerdo estar aquí sin él. ¿Cómo será a partir de ahora mi día a día? Un sinfín de giros, de vueltas, en este mundo cíclico, en esta esfera que observa lentamente como se consume mí tiempo. Y solo. Frío y solo. En algún momento vendrán y se lo llevarán. No tardarán. No tengo ganas de moverme, pero temo que también me lleven a mí. Ya llegan. Los oigo hablar. Ya están aquí. Cada vez que vienen el aire cambia de densidad y de olor. Los noto. Se lo llevan. Ya está. Se fue. Espera, ¿Qué es esto? ¿Qué es este ajetreo? Mi mundo se alborota. ¡Qué torbellino! Se acerca una carita sonriendo, me mira:
-Hola, ¿Quién eres tú?, le pregunto.
-Soy Nemo, responde.
¡Pues si que han sido originales esta vez!
-Bienvenido Nemo, soy Bob.
¡Vaya! Se asoma una niña. No tendrá más de 10 años y ¡¡¡con aparato dental!!! ¡Estas son las que más golpecitos dan en el cristal! ¡Como los odio! En fin… Vamos Nemo, toca girar sobre nosotros mismo, girar y girar… ven, te enseñaré todo esto.